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Se suponía que las niñas no podían nadar ni pescar con los varones en el manglar, allí en Puntarenas, en Costa Rica. La madre de Joaquín Chaves iba igual, aunque la regañaran. Él creció escuchando estas historias. “A mí todo eso me inspiró al estudio del mar”, cuenta Chaves.
De niño, vivía con su familia en el distrito de Hatillo, sin mar a la vista. Como las raíces de su madre estaban en la costa del Pacífico, la playa era el destino de muchas de sus vacaciones. Atesora el recuerdo de pescar de noche con ella, en el muelle en la ciudad de Puntarenas. La actividad tradicionalmente se relaciona con los padres, señala, pero en su caso no era así. “Y eso, para mí, es una memoria muy dulce que compartí con mi madre y que tenía esa conexión con el mar”, cuenta.
Además, Cháves pertenece a la generación de niños y jóvenes que crecieron maravillados por Jacques Cousteau, el famoso explorador y cinematógrafo de los mares francés, y sus viajes marítimos. Cuando llegó el momento de ir a la universidad, decidió estudiar biología marina, el primer paso que lo llevaría a protagonizar sus propias aventuras navegando por el mundo. Hoy, ayuda a alimentar la misma curiosidad infantil por la ciencia y el océano en su hijo de ocho años.
Después de terminar sus estudios en la Universidad Nacional de Heredia en Costa Rica, una red de becas le permitió viajar a Estados Unidos en 1994 para completar una maestría y luego un doctorado en oceanografía en la Universidad de Rhode Island. Volvió a su país nueve años después, pero experimentó un “choque cultural a la inversa” que le dificultó reinsertarse en la cultura académica costarricense luego de tanto tiempo, así que regresó a Estados Unidos para seguir desarrollando su carrera.
Allí trabajó en una investigación en la Amazonia brasileña, relacionada con la hidrología de riachuelos pequeños que eventualmente desembocan en el río Amazonas. “Fue interesante, me dio una perspectiva más global, más amplia, del estudio de ecosistemas”, comenta el científico. Pero quería volver a las ciencias marinas. Lo consiguió en 2009, cuando se unió como contratista al grupo de procesamiento de biología oceánica en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland. Desde allí contribuye a la misión de la agencia para el estudio de la Tierra. Y sí que ha vuelto a estudiar el mar.
“Yo he estado en el océano Ártico, en el océano Antártico, en el Atlántico; he cruzado el Pacífico. Y a mí me parece todavía como una aventura infantil, casi, el poder estar en barcos modernos de investigación y estar de tú a tú con científicos de alto nivel”, dice Chaves, que ha participado en varias expediciones oceanográficas copatrocinadas por la NASA a las principales cuencas oceánicas.
Su investigación actual se centra en los protocolos de medición en el campo para ayudar a calibrar los satélites de observación del océano y validar los datos de color del océano que estos arrojan. En otras palabras, Chaves ayuda a que los satélites hagan mejor su trabajo, y viceversa.
Él y sus colegas viajan a bordo de buques oceanográficos para realizar las mismas mediciones que el satélite hace desde el espacio, y al mismo tiempo recolectar muestras de plancton y otros componentes en el agua. Estas mediciones tienen que hacerse en el mismo lugar y a la misma hora en la que el satélite pasa por esa zona, para así confirmar que lo que este ve es lo que efectivamente hay en el agua. Así, los científicos pueden establecer relaciones matemáticas; algoritmos que hacen posible “traducir” la señal del satélite en información útil para los estudios de los océanos. En definitiva, generar conocimiento.
“Poner un satélite en el espacio es quizá la mitad o lo menos, la parte más difícil es que esos datos tengan significado real y que sean útiles, y ahí es donde nuestro trabajo de campo entra en esa ecuación”, explica Cháves.
Ir al campo, sobre todo cuando es en cruceros en alta mar, es el aspecto que más disfruta de su trabajo. “Parece un sueño a veces”, dice, “cuando estás en medio del Pacífico Sur, por ejemplo”. De hecho, surcó ese océano durante su más reciente expedición oceanográfica, en 2017.
Esta tuvo lugar a bordo del buque de investigación Nathaniel B. Palmer, el mayor rompehielos que apoya el Programa Antártico de los Estados Unidos. Fue en el marco de la campaña GO-SHIP, el acrónimo para Programa mundial de investigaciones hidrográficas basadas en barcos oceánicos.
GO-SHIP es uno de los programas internacionales que atraviesan las principales cuencas oceánicas para recopilar datos hidrográficos que ayuden a comprender mejor el océano global y su rol en la regulación del clima de nuestro planeta. También apunta a estudiar los procesos físicos y químicos que determinan la distribución y la abundancia de la vida marina.
En esta última expedición, el equipo de la NASA conformado por Cháves y otros dos científicos se centró en la ecología del océano. Los investigadores fueron con el objetivo de obtener mediciones de campo de la mayor calidad posible para poder calibrar correctamente el sensor del satélite y validar sus datos. Se unieron al segundo y último tramo de la expedición GO-SHIP en Tahití, y durante cerca de un mes y medio navegaron en busca del “azul más azul”, como lo llama Chaves en una entrada de blog que escribió (en inglés) a bordo del buque. La expedición llegó a su fin al desembarcar en el puerto de Valparaíso, Chile.
Además del “privilegio de tener acceso de primera mano a datos sobre nuestro planeta”, dice el oceanógrafo, las largas expediciones de campo tienen otros beneficios: le han permitido conocer lugares remotos, probar la gastronomía de otras culturas, interactuar con colegas “brillantes”; incluso ha dado paso a nuevas amistades. Y eso es algo que le fascina, dice: “Experimentar el planeta a través de ese lente cultural y el aspecto humano”.
Noelia González
Centro de Vuelo Espacial Goddard, Greenbelt, Maryland