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Los científicos del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL, por sus siglas en inglés) de la NASA en el sur de California y otras instituciones internacionales de investigación han creado un índice de vulnerabilidad de las selvas tropicales. Este índice detectará y evaluará la vulnerabilidad de estos diversos ecosistemas a dos categorías principales de amenazas: el calentamiento y la sequedad del clima, y las consecuencias del uso de los suelos por parte de los humanos, como la deforestación y la fragmentación debida a la invasión de carreteras, campos agrícolas y la tala.
El índice muestra que las tres áreas principales de selva tropical del mundo tienen diferentes grados de susceptibilidad a estas amenazas. La cuenca del Amazonas en Sudamérica es extremadamente vulnerable tanto al cambio climático como a los cambios en el uso humano de los suelos. La cuenca del Congo en África está experimentando las mismas tendencias de calentamiento y sequía que la Amazoniael Amazonas, pero es más resistente. La mayoría de las selvas tropicales de Asia parecen estar sufriendo más por los cambios en el uso del suelo que por el cambio climático.
“Las selvas tropicales son quizás el hábitat más amenazado en la Tierra: el canario en la mina de carbón del cambio climático (por la expresión en inglés que refiere a una advertencia temprana)”, declaró Sassan Saatchi, científico del JPL y autor principal del nuevo estudio publicado el pasado 23 de julio en la revista OneEarth.
Estos ecosistemas diversos albergan más de la mitad de las formas de vida del planeta y contienen más de la mitad de todo el carbono de la vegetación terrestre. Sirven como un freno natural en el aumento del dióxido de carbono de la atmósfera debido a la quema de combustibles fósiles porque “inhalan” dióxido de carbono y almacenan carbono a medida que crecen.
Pero en el siglo pasado, del 15% al 20% de las selvas tropicales han sido taladas y otro 10% se ha degradado. El clima más cálido de hoy en día, que ha provocado incendios forestales cada vez más frecuentes y generalizados, está limitando la capacidad de los bosques para absorber dióxido de carbono a medida que crecen, al tiempo que aumenta la velocidad a la que los bosques liberan carbono a la atmósfera a medida que se descomponen o se queman.
La National Geographic Society convocó a un equipo de científicos y conservacionistas en 2019 para desarrollar el nuevo índice. El índice se basa en múltiples observaciones satelitales y datos terrestres desde 1982 hasta 2018, como Landsat y la misión de Medición de la Precipitación Global, que cubre las condiciones climáticas, el uso del suelo y las características de los bosques.
Cuando un ecosistema ya no puede recuperarse del estrés tan rápido o tan completamente como solía hacerlo, eso es una señal de su vulnerabilidad. Los investigadores correlacionaron los datos sobre los factores de estrés, como la temperatura, la disponibilidad de agua y el alcance de la degradación, con los datos sobre el funcionamiento de los bosques: la cantidad de biomasa viva, la cantidad de dióxido de carbono que absorbían las plantas, la cantidad de agua que los bosques transpiran a la atmósfera, la integridad de la biodiversidad de un bosque y más. Las correlaciones muestran cómo los diferentes bosques han respondido a los factores de estrés y lo vulnerables que son los bosques ahora.
Luego, el equipo utilizó modelos estadísticos para extender las tendencias a lo largo del tiempo, buscando áreas con una vulnerabilidad cada vez mayor y posibles puntos de inflexión donde las selvas tropicales se convertirán en bosques secos o llanuras cubiertas de pastos.
Los datos del índice de vulnerabilidad de las selvas tropicales ofrecen a los científicos la oportunidad de realizar exámenes más profundos de los procesos naturales de la selva, como el almacenamiento y la productividad del carbono, los cambios en los ciclos de energía y agua, y los cambios en la biodiversidad. Esos estudios ayudarán a los científicos a comprender si existen puntos de inflexión y cuáles pueden ser. La información también puede ayudar a los legisladores que planifican actividades de conservación y restauración forestal.
Por Carol Rasmussen
Laboratorio de Propulsión a Chorro, Pasadena, California