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Inia Soto Ramos: de la montaña al mar

Inia Soto Ramos buceando
La doctora Inia Soto Ramos, originaria de Puerto Rico, es oceanógrafa y científica de la Tierra para la Asociación de Investigación Espacial de Universidades en el laboratorio de ecología oceánica del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA. El buceo es su pasatiempo; en la imagen, se la ve buceando en los Cayos de Florida. Crédito de imagen: Cortesía de Inia Soto Ramos.

Inia Soto creció rodeada de montañas y cultivos de café en Puerto Rico. El viaje de una hora desde su ciudad, Lares, hacia el mar siempre era “una fiesta”. De niña, una pequeña playa en Arecibo era fuente de maravilla e inspiración: “Mi papá me llevaba nadando”, cuenta Soto, “él tenía un snorkel, y me enseñaba los peces. Siempre voy a recordar eso”. Las sesiones infantiles de buceo fueron el prólogo de una vida de sumergirse en el mar.

El interés por la ciencia, la curiosidad por el océano y el amor por los animales la impulsaron a estudiar biología en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Y una de las clases la llevó a subirse a un avión rumbo a Australia, donde tuvo la oportunidad de bucear en la Gran Barrera de Coral. Tomó clases de buceo para prepararse, y quedó fascinada; cuando se sumergió en aguas australianas, la fascinación creció. Tanto, que continuó con las clases hasta realizar el curso de instructora o dive master. El buceo se convirtió en un pasatiempo, dice Soto, que aún no tenía idea de que terminaría estudiando el océano no solo desde el agua, sino también desde el espacio.

Más adelante se encontró trabajando en su primera investigación científica, en el marco de un programa de ciencias marinas para estudiantes universitarios en la Universidad de Western Washington. El trabajo era sobre anémonas de mar. “Desde ahí ya sabía que ese era mi camino; ese fue un momento definitivo. Ahí iba a continuar, aún no sabía cómo”, cuenta.

Inia Soto Ramos en el laboratorio
Soto Ramos recolectando agua para medir la concentración de clorofila y sedimento en la Laguna de los Patos, en el estado de Río Grande del Sur, Brasil.
Cortesía Inia Soto Ramos

Su trayectoria ha tenido varias escalas. Primero, un internado de verano en el Centro de Ciencias Pesqueras de Alaska de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica en Oregón. Luego, de vuelta en Mayagüez, las primeras clases sobre detección remota, como parte de un proyecto de la NASA en Puerto Rico. Allí las imágenes satelitales del océano la cautivaron.

Algas nocivas en el océano: de cerca y de lejos

Un par de pasantías más después, comenzó a trabajar con imágenes de color del océano en la Universidad del Sur de Florida, donde recibió su doctorado y maestrías en oceanografía biológica. “Todo el trabajo era relacionado a NASA porque las imágenes de color del océano salen del laboratorio en el que trabajo ahora mismo”, dice Soto, que hoy es oceanógrafa y científica de la Tierra para la Asociación de Investigación Espacial de Universidades en el laboratorio de ecología oceánica del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland.

Allí se concentró en la evaluación y detección de proliferaciones de algas nocivas en el Golfo de México. Quizás las conozcas como mareas rojas, por el tono rojizo que algunas confieren al agua a simple vista. Sin embargo, el color puede variar mucho: de verde a marrón oscuro y, en algunos casos, pueden no ser visibles a simple vista. Su tonalidad depende del tipo de fitoplancton, su concentración, y de otras partículas o material presentes, como materia orgánica y sedimentos. En algunos casos, estas proliferaciones pueden ser tan grandes que se pueden ver desde el espacio.

Inia Soto Ramos haciendo trabajo de campo en México
Soto Ramos preparando instrumentos para medir las propiedades ópticas de un evento de proliferación de algas nocivas a las afueras del estado de Campeche, México.
Cortesía Inia Soto Ramos

Todas las proliferaciones de algas nocivas tienen al mismo protagonista: fitoplancton, organismos microscópicos fotosintetizadores. Los hay de diferentes especies y grupos, y en términos generales se los considera saludables para el ecosistema. Son un eslabón clave en la cadena alimenticia del mundo acuático y también en el ciclo del carbono, ya que, como los árboles en la tierra, retienen el dióxido de carbono del aire y liberan oxígeno.

En niveles normales el fitoplancton es inofensivo, pero cuando se da una proliferación se puede tornar nocivo para otros organismos en el agua, desde peces, delfines y tortugas marinas, hasta pájaros y humanos. Además, cuando tienen lugar en zonas costeras pueden tener un impacto en la economía local -sobre todo en lugares turísticos y de pesca- e incluso en la salud pública.

A su vez, no todo el fitoplancton es “bueno”: algunos son tóxicos, y el tipo de envenenamiento por esas toxinas también varía. En el caso de Karenia brevis , que es una de las especies de fitoplancton más comunes en el Golfo de México, se trata de neurotoxinas, es decir, afectan al sistema nervioso. Estas no solo se quedan en el agua; cuando las olas rompen pueden destruir las células de la K. brevis, haciendo que libere sus toxinas al aire. Esto puede causar problemas respiratorios, sobre todo a personas asmáticas. Es sumamente importante no consumir organismos que puedan estar contaminados, en especial bivalvos, advierte Soto.

Inia Soto Ramos en el laboratorio
El sistema de filtración de agua que se ve en esta imagen es para determinar aspectos de calidad del agua en la Laguna de los Patos, Brasil.
Cortesía Inia Soto Ramos

Las causas de las proliferaciones pueden ser variadas; Soto aclara que puede ser difícil determinar una sola. “En los artículos que yo he publicado, mi conclusión ha sido siempre que no es solo un aspecto lo que lleva a la formación”, comenta. Sin embargo, hay procesos que pueden intensificarlas, como el exceso de nutrientes en el agua a partir de escorrentía agrícola.

La detección temprana es crucial para proteger al público y mitigar los efectos de las proliferaciones de algas nocivas. Tradicionalmente, los sistemas de monitoreo dependen de la recolección de muestras y análisis bajo el microscopio. Pero, si bien esto es sumamente importante e indispensable, explica Soto, este tipo de sistema de monitoreo está limitado al área que los científicos pueden cubrir por día. Por eso, satélites y científicos trabajan de la mano.

Si las condiciones del tiempo son favorables, los satélites pueden brindar imágenes de color del océano que cubren un área mucho más amplia. Además, estas imágenes son gratuitas, a diferencia de las costosas expediciones en buques oceanográficos.

El interés de Soto está en crear algoritmos que pueden ser utilizados para detectar de forma automática diferentes tipos de proliferaciones de algas nocivas. Busca que estos sean fáciles de implementar y puedan ser usados por las instituciones encargadas de alertar y proteger al público.

Las imágenes de satélite pueden ayudar no solo a detectar las proliferaciones de algas nocivas sino también a determinar su tamaño y distribución. Y no solo eso: cuando estas imágenes se integran a modelos de circulación, también pueden emplearse para predecir hacia dónde se desplazan y, por ende, qué otros lugares podrían verse afectados por este fenómeno.

Inia Soto Ramos buque oceanográfico
Soto Ramos al final de un día de trabajo en la Laguna de los Patos, Brasil.
Cortesía Inia Soto Ramos

Cuidar lo que se conoce

De la misma forma en que los científicos dejan sus escritorios para ir a zambullirse en el océano (o recolectar muestras desde un barco), “los niños desde bien pequeños necesitan ir, ensuciarse, entrar en la tierra, tocarla, sentirla”, dice Soto, que tiene un hijo de tres años y medio. “Yo entiendo que la única forma que las personas van a querer conservar el planeta es llevándonos al campo e integrándolos con la naturaleza desde bien pequeños”, comenta.

Para cultivar esa conexión con la naturaleza, que hoy en día compite con la conexión a las pantallas, Soto dice que lleva a su hijo al mar, al río, a la montaña; le enseña a agarrar las cigarras, a observar las plantas que germinan en la huerta de su casa. “Las cosas que he hecho en mi vida son las que he hecho, las que he tocado, fui al campo. Si miras mi historia esas que hice experimentos, aquel primer viaje de biología a Australia; ahí fue donde todo comenzó”. La curiosidad de los niños “es inmensa”, dice Soto y concluye: “Ese es el único futuro; son ellos”.

Por Noelia González

Centro de Vuelo Espacial Goddard, Greenbelt, Maryland